Al Encuentro de un Extraño

10.03.2012 16:32

“Si el miedo tuviera nombre... sería el de él.

            Ojalá pudiera contar esta historia desde el principio, pero no puedo, porque  realmente no sé cuando comenzó.

 Tengo una leve idea de cuando pudo haber sido, pero no descarto que comenzara antes, tal vez mucho antes de lo que imagino. De todas formas me arriesgaré y contaré desde donde yo sé o por lo menos desde donde recuerdo o tengo conciencia.

            Era una noche sin luna cuando lo vi  por primera vez, la lluvia golpeaba con furia la tierra, ensañada, como si supiera lo que estaba por suceder, como avisándome que aquel día mejor me hubiera quedado en casa.

Tal vez si me hubiera quedado ahora todo sería diferente, pero no lo sé, no estoy muy segura de ello; creo que hubiera sucedido de una forma u otra.

Vi su silueta recortada en la cortina de lluvia y supe que aquel día estaría marcado para siempre. Sentí que lo conocía, sin embargo cuando sus ojos me miraron sentí miedo... y deseo.

 ¿Pueden el miedo y el deseo ir de la mano?, yo creo que sí, porque aquello fue exactamente lo que sentí.

 Sólo fueron unos instantes, nuestras miradas se cruzaron haciéndome sentir vulnerable. Sin saber por qué, una extraña sensación se apoderó de mi cuerpo haciendo que un extraño deseo se encendiera dentro de mi ser. Lo miré sólo unos segundos para darme cuenta de que nunca más podría apartar de mí aquella mirada.

            Después desapareció, dejándome con ese gusto a poco, con esas ansias de más, con ese miedo clavado como una pequeña espina en lo más profundo de mi corazón.

Sin embargo quería volver a verlo, deseaba volver a verlo, encontrarlo, hablarle, tocarle.

Así volví a mi casa con la extraña sensación de que estaría allí esperándome, y aunque no estaba en ese momento, sentí que algo que flotaba en el ambiente me delataba su presencia.

            Comí casi sin ganas y me fui a acostar, sabiendo en mi interior que aquella noche tal vez tendría una visita.

Y así fue, rápido y fugaz, entró como el viento por mi ventana y se paró frente a mí.

 Mis ojos se posaron sobre los de él y el miedo se apoderó de mi ser. Sin embargo, nuevamente sentí ese deseo que me hacía temblar.

 Él se acercó, sus ojos posados en los míos, cubierto con una enorme capa con una capucha; su rostro entre las sombras, escondido, oculto ante el velo de mis fantasías. Sentí su mano sobre mi rostro y luego, lentamente, llevó la otra mano sobre su capucha y la empezó a bajar, lento, suave, haciéndome estremecer ante el hecho de verle. Su rostro casi descubierto se inclinó sobre mí y... desperté.

 Abrí los ojos y no había nada frente a mí, mi cuerpo temblaba y estaba bañada en una especie de sudor frío. Sabía que nadie había estado en la habitación, sabía que sólo había sido producto de mi imaginación mezclada con la imagen grabada en mi mente de aquel hombre.

Me senté en la cama todavía temblando y vi tirada en el piso una rosa. Una rosa de color negra.

La sangre se estremeció dentro de mí, ¿estaba segura que aquello había sido sólo un sueño? Me levanté rápidamente y vi que la ventana estaba abierta, a pesar de que yo la había cerrado antes de dormir, como siempre hacía.

No pude volver a conciliar el sueño aquella noche, pero al día siguiente cuando volvía de trabajar esperé con ansias volver a verlo; quería hablarle, preguntarle quién era y cómo había entrado en mi casa la noche anterior.

Pero no apareció, y tampoco en mis sueños

La noche siguiente esperé nuevamente, me paré en el mismo lugar, a la misma hora y esperé.... esperé mientras mi corazón latía fuertemente en mi pecho....la noche pasaba....la luna brillaba.... pero no apareció. Un poco desilusionada volví a mi casa para acostarme y volver a soñar con él, pero tampoco vino esa noche.

Así pasó una semana y, sin saber porqué, las ansias de verlo eran cada vez mayor, sentía que mi vida dependía de ello; que nunca más volvería a ser feliz si no lo veía.

Me estaba volviendo loca, el sólo hecho de pensar que tal vez nunca más apareciera me hacía enloquecer. Ahora estoy segura que él podía leer mis pensamientos, porque cuando una desesperación absoluta se estaba apoderando de mí, volvió.

Nuevamente era una noche sin luna cuando lo vi por segunda vez, la temperatura era una de las más altas de la temporada; sin embargo cuando él apareció un frío glacial se apoderó del ambiente y yo comencé a temblar incontrolablemente.

Me miró durante unos segundos y pude ver sus ojos entre las sombras, tristes, fríos, fuertes y hermosos. Tal vez hayan sido sólo unos segundos, tal vez minutos u horas, no lo sé, sólo sé que me bastó ese tiempo que estuvimos mirándonos para tranquilizarme.

Volví a casa, feliz, completa, intentando no hacerle caso a esa pequeña espina clavada en mi corazón que luchaba por salir y yo por hacerla más pequeña. Esa espina que gritaba que tuviera cuidado y que a la vez me lastimaba al pensar en un nuevo encuentro con él.

Otra semana y nuevamente apareció la desesperación.

Una vez más el encuentro fue en una noche sin luna, la lluvia caía en pequeñas gotas como agujas y yo esperaba nuevamente en una esquina su encuentro. Deposité todas mis esperanzas en que esa noche aparecería, y así fue.

A lo lejos pude divisar su negra silueta recortada a la luz de la luna, acercándose hacia mí. Nuevamente el frío se extendió junto con ese miedo y ese deseo que paralizan. Las palabras que podía decirle taladraban mi mente en remolinos sin sentido, como si mi cerebro de pronto hubiera dejado de funcionar y a la vez no pudiera parar de pensar. Pero nada tuve que decir porque fue él quien habló.

-¿Me estabas esperando?- dijo escondido entre las sombras. Su voz me envolvió como una ráfaga de aire caliente que despertó en mí pensamientos impuros y oscuros. Me quedé clavada en el lugar tratando de resistir esa poderosa fuerza que me arrastraba hacia él.

-Sí- respondí en voz baja.

Él se acercó lentamente, su rostro seguía escondido entre las sombras, pero sus ojos, aquellos ojos verdes que me habían obsesionado, me miraban detrás de la oscuridad.

Entonces sentí su mano en mi rostro, fría, pero a la vez caliente, un calor que recorrió cada parte de mi ser y se extendió a través de mis venas hasta lo más profundo. Traté de resistirme pero no sabía qué era lo que me sucedía, ¿quién era aquel extraño que despertaba aquellas sensaciones dentro de mí?

-¿Quién eres?- pregunté expectante, casi en un susurro, como temiendo que al levantar la voz él pudiera desaparecer.

-Soy quién tú esperabas- dijo con esa voz que nuevamente casi me hizo perder el equilibrio- Soy el que tú querías- agregó acercándose más a mí.

Pude sentir su respiración cerca de mi rostro y las rodillas me temblaron, estaba deseando que él se acercara, que me tomara, me abrazara, me besara y no me soltara. Sus labios recorrieron mi rostro casi rozándolo hasta llegar a mi cuello, su respiración se hizo más afanosa mientras sus manos me agarraban de la cintura.

Cerré los ojos abandonándome a él, a lo que quisiera hacerme, deseando poder probar sus labios.

De pronto sentí su boca en mi cuello, y una extraña sensación se apoderó nuevamente de mí, pero esta vez volvía a ser de miedo.

El calor que había recorrido por mí antes se invirtió y un frío profundo comenzó a expandirse desde mi cuello por las venas. Un dolor punzante me paralizó casi por completo mientras sentía la sangre golpeándome la sien, tan frenéticamente como si quisiera escapar de mi cuerpo. Traté de gritar pero fue en vano, ningún sonido salió de mi garganta que de pronto comenzaba a tener gusto a sangre.

Él me soltó y me encontré en el piso boca arriba....mirándolo....a aquellos ojos.... aquellos ojos que ya no eran más verdes.... aquellos ojos que ahora me miraban refulgentes....de color rojo...como brazas ardiendo.

Traté de apartar la mirada pero mi cuerpo no respondió.

Entonces el terror se apoderó de mi mente y quise levantarme y correr lo más lejos posible, morir, desaparecer. Una nube me cubrió los ojos y traté de mantenerme despierta, pero todo se estaba oscureciendo.

El hombre se levantó y lo último que pude ver, antes de que la oscuridad me envolviera, fue que de su boca caía un hilo rojo y se esparcía por su pecho. Entonces me di cuenta de la verdad y me abandoné a las sombras.

Desperté esperando encontrarme en el mundo oscuro y tenebroso al que me habían llevado mis sueños. Sin embargo al abrir los ojos una fuerte luz blanca me encandiló, de tal forma, que tuve que cerrarlos y esperar hasta que poco a poco me fui acostumbrando a aquella luz.

Mi cuerpo todavía estaba paralizado y al moverlo sentí que cada músculo me dolía y respondía muy lentamente a mis movimientos.

Empecé entonces a observar el lugar donde me encontraba, y me di cuenta que estaba dentro de una pequeña habitación blanca con paredes mullidas, recubiertas de colchonetas. Yo estaba tendida en una pequeña cama y al mirar mi cuerpo vi que mis manos estaban inutilizadas por una camisa de fuerza.

Comencé a gritar pidiendo ayuda e inmediatamente apareció un hombre con bata blanca que se acercó mirándome preocupado.

Lo primero que hice fue pedir que me soltaran, pero al ver que el médico hacía caso omiso de mis suplicas, decidí contarle lo que me había sucedido. Él tenía que saberlo, tenía que saber que yo no estaba loca y que si me encontraba allí, era porque había sido producto de la maldad de aquel hombre.

Y así se lo conté todo, cada detalle, cada sentimiento y al final la cruel verdad.

Sin embargo ayer cuando mi madre vino a visitarme por primera vez, y vi en sus ojos aquella mirada de tristeza y horror ante lo que le conté, supe que ya nada podría cambiar lo sucedido; que nadie me creería, que nadie vería la verdad que yo revelaba y que por eso estaba condenada a estar encerrada en estas paredes para siempre.

Por eso ayer antes de que ella se fuera le pedí que me dejara un cuaderno y un lápiz y me di a la tarea de escribir mi historia. No por mí, porque yo ya estoy perdida y sé que tal vez esta noche él vuelva a visitarme y entonces mañana ya no estaré aquí.

Lo hago por todos aquellos que no me creyeron, por todos los que todavía están a tiempo de resistirse a su maldad, para que lo capturen y puedan destruirlo. Y recuerden, yo no estoy loca, sólo fui víctima de la crueldad, sólo fui atacada por él.... un vampiro.”

 

             Esta carta fue encontrada por el doctor Fabio Di Palma, director del Hospital Psiquiátrico “La luna”, junto al cadáver de una joven paciente. Los motivos de su muerte todavía no se han descubierto pero se advierten dos pequeños cortes en la parte inferior derecha de su cuello, sobre la clavícula.

La investigación continúa abierta y el doctor Di Palma dice que nadie entró en la habitación la noche anterior a la aparición del cadáver, pero que dentro de la misma no había ningún artefacto que pudiera causar tales heridas.

El contenido de esta carta ha llevado a la creación de una leyenda entre los empleados del hospital e incluso aún hoy, a varios meses de la investigación, algunos de los enfermeros del hospital siguen jurando que una sombra recorrió aquella noche la institución.