Amanecer

(Relato escrito en el año 2008)

 

Género: Cuento- Drama Romántico

 

Aquella noche el cielo se encontraba completamente descapotado, con las estrellas brillando en su máximo esplendor, la luna vigilándolo todo y desparramando su luz plateada al mundo. El viento apenas rozaba su delicado rostro, levantando pequeños remolinos de arena a sus pies, con la temperatura cálida y agradable al estilo tropical.

 

Parecía extraño que el clima no acompañara lo que ella sentía en su interior. Noches anteriores la lluvia había arremetido con fuerza, las gotas de agua caían al compás de sus propias lágrimas, y el cielo oscuro se cubría de luto con su propio corazón.

 

Sin embargo aquella noche parecía una burla. El clima había mejorado notablemente, pero ella seguía destruida por dentro y no podía creer que el mundo no se destruyera junto con ella. Se cubrió los hombros con el chal sintiendo un escalofrío que nada tenía que ver con el cálido viento que había en la playa, y se dejó caer sobre la arena mientras sus ojos miraban hacia el extenso mar que se abría paso frente a ella.

 

Por unos minutos dejó que el suave mecer de las olas y el sonido del agua la arrullaran como si de una canción se tratara, entonces todo volvió sobre ella y los recuerdo la invadieron para marearla.

 

Recordaba con perfecta nitidez la tarde en que lo conoció. Ella paseaba por las calles sin esperar nada nuevo y él hacía lo suyo cuando sus caminos se encontraron. Fue un flechazo, uno de esos que probablemente se siente una vez en la vida y que paraliza el mundo que hay a tu alrededor, haciéndote sentir única y perfecta, como si no hubiera existido vida antes de eso.

 

Sonrisas, chistes, palabras que se cruzaron en un divertido juego de vocablos; la mirada intensa a los ojos, el escáner interno que vigila todo del otro y te dice cuánto te gusta físicamente, cuánto te atrae su forma de moverse, de hablar y de interactuar contigo.

 

Después de eso todo pasó demasiado rápido, como un vendaval. Sintió que lo conocía de toda la vida, como si sus almas hubieran estado conectadas de un forma especial que nadie entendía, como si Dios hubiera unido en el cielo algún fragmento de su ser y entonces ninguno pudiera vivir sin el otro.

 

En un tiempo muy corto ella se enamoró perdidamente, mientras él la envolvía con su perfección absoluta, con la fuerza de su mirada, con la belleza de sus palabras, con la delicia de sus caricias. El mundo se volvió un paraíso eterno donde parecía que nadie podía separarlos, que aquello que había comenzado como un flechazo duraría toda la vida.

 

Pronto su mente se llenó de sueños del futuro. Una vida junto a él, una casa, una familia, viajes a su lado, compartir momentos infinitos, ser felices simplemente por tener esa persona especial a tu lado.

 

Pero dicen que lo bueno dura poco. El ideal de eternidad que ella había imaginado de pronto se vio desmoronado y sus sueños se destruyeron en miles de fragmentos de cristal que se le clavaron en el corazón.

 

Ella era una persona decidida, segura, sencilla, en busca de algo simple, de una vida común con alguien para compartir. Él era un viajero, un caminante del mundo, un hombre en busca de nuevas experiencias, uno de esos que no se quedan mucho tiempo en el mismo lugar ni con la misma gente.

 

Y así como él llegó, se esfumó, dejando detrás de sí el destrozo que queda después del terremoto. Y así ella se quedó con las esperanzas destrozadas y el recuerdo de la felicidad infinita que, a veces, puede henchirnos el corazón de una forma única e irrepetible.

 

Sus ojos siguieron el camino del horizonte que apenas se veía en la oscuridad de la noche y se posaron en la luna que la observaba desde arriba, imponente, orgullosa, testigo del amor y la desgracia.

 

Las lágrimas comenzaron a salir de sus ojos y ella no hizo ningún intento por detenerlas. Ya nada tenía sentido, ¿dónde estaban sus sueños, dónde se habían ido? ¿En qué momento ella se había vuelto ciega y había perdido de vista todo lo que la rodeaba para hundirse en su mirada?

 

No lo entendía, no podía comprender en qué se había equivocado, ni por qué no había visto la verdad sobre él. Se había dejado encandilar por su encanto y ahora no podía ver otra cosa que no fuera su rostro, ni oír otro sonido que no fuera su voz. Estaba completamente perdida en sus recuerdos, en la sensación de aquel amor.

 

Su primer amor.

 

Con un gran esfuerzo se puso de pie y se dirigió lentamente hacia la orilla del océano. Sus pies rozaron el agua helada y un escalofrío le recorrió el cuerpo, hasta que por fin se aclimató a la temperatura mar y comenzó a caminar por la orilla, sin rumbo fijo.

 

Pasó junto a un faro que se hallaba al final de un camino que se adentraba en la bahía, y los recuerdos volvieron a invadirla. Una cena a la luz de las velas en el balcón de aquel faro que se encargaba de dirigir a los barcos; una canción de amor que había quedado grabada en su alma y en su corazón cuando él se la había susurrado en el oído, mientras ambos observaban la bahía desde allá arriba.

 

Siguió el camino que le indicaban sus pies y pronto se encontró con una formación rocosa que servía de rompiente para las olas. Se detuvo para observar detenidamente el lugar hasta que sus ojos se encontraron con aquel hueco que llevaba a la cueva perdida entre las rocas. Una cueva mágica, llena de aventuras, repletas de historias y marcada por los recuerdos.

 

Los ojos, si algo la habían enamorado de él habían sido sus ojos. Parecían tan transparentes que ella creía que podía ver el mundo a través de ellos, que su alma era un libro abierto para que ella pudiera leer. ¡Cómo se había equivocado! ¡Cómo se había dejado ganar por esa mirada y las palabras que él decía con tanta perfección y delicadeza!

 

El sonido de las olas atrajo su atención. El mar se había enfurecido, y eso lo hacía verse más hermoso, con la espuma blanca coronando el final de cada ola que iba a estrellarse a la orilla. A lo lejos vio que el cielo comenzaba a aclararse lentamente y recordó las veces que había visto el amanecer a su lado.

 

Una lágrima solitaria escapó para perderse en su mejilla, entonces de pronto sintió que algo cambiaba. Nunca podría arrepentirse de haberlo conocido y de haberse enamorado de él, de que Dios lo hubiera puesto en su camino, en su vida. Algo había cambiado, el conocerlo había torcido su rumbo, y ya nada volvería a ser igual.

 

Se llevó la mano hacia el vientre, el cual ya comenzaba a estar algo abultado, y pudo sentir el comienzo de esa nueva vida que estaba creciendo en su interior.

 

En los últimos meses sólo se había dedicado a llorar su pérdida, a lamentar su desgracia, a congraciarse en su dolor infinito y profundo. ¿Qué estaba logrando con ello sino destruirse aún más?

 

No podía derrumbarse, no podía dejarse morir. Si Dios había decidido que él apareciera en su vida era por un motivo, para que ella conociera el amor de una forma que nunca volvería a conocer. Pensaba que no podría volver a enamorarse, pero ahora se daba cuenta de que otro hombre llegaría a su vida y que, esta vez, ella no buscaría la tormenta, buscaría la calma, la tranquilidad, la seguridad y la alegría.

 

No lo olvidaría jamás, de eso estaba segura. Sería una historia que guardaría para sí, en un cofre, dentro de su corazón, con mil llaves. Una historia que la acompañaría toda la vida, y cuando quisiera olvidarla, tendría a ese niño para confirmarle que había sido real. Una historia que recordaría en el último minuto antes de morir.

 

Un rayo de luz apareció de pronto en el horizonte y se esparció por el cielo, tiñendo de naranja el agua del mar y posándose en su rostro. Cerró los ojos y se regodeó con el calor tibio y perfecto que el sol le ofrecía. Una sonrisa se dibujó en sus labios y supo que aquel día sería el comienzo de algo nuevo.

 

Se sintió llena de vida y agradeció el regalo de tener un nuevo amanecer. Comenzó a dar vueltas hasta que se mareó y calló sobre la arena riendo sola. Entonces supo que aquel amor la había hecho más fuerte y que ella estaba lista para vivir su vida al máximo y encontrar un nuevo hombre al que entregar su corazón.

 

Ni ahora ni nunca, el mar se convertiría en su tumba.

 

 

©2008- Julieta Paola Carrizo- Todos los derechos reservados